Bien podría decir, y estaría en lo cierto, que el primer año de Gobierno del Partido Popular de Extremadura ha consistido en una lucha heroica contra unas cifras envenenadas que nos legaron amablemente con gesto de tahúr taimado o que, como la última espoleta de un campo minado, se nos arrojó desde una catapulta que buscaba lapidarnos justo cuando salíamos a la superficie después de tantos años de exilio interior. Podría decir, y sería también cierto, que los populares extremeños no nos desentendimos de esa criatura deforme que había surgido de unas cuentas públicas retorcidas, sino que nos conjuramos para sanarla y dotarla de unas proporciones sensatas, de una armonía razonable, de un equilibrio suficiente.
Ciertamente durante el último año he sido testigo de una lucha heroica en Extremadura: la del pueblo contra un sistema envenenado que hace lo posible por mantenerlo bajo control.
Un desafío de proporciones épicas si se tiene en cuenta que nos ha obligado a actuar innumerables veces, una tras otra, totalmente en contra de nuestros impulsos elementales de altruismo, de nuestros deseos personales y de nuestra disposición natural a contentar a todos aquellos que nos piden ayuda con honestidad. Pero, eso sí, jamás en contra de lo que nos dictaban nuestra conciencia, nuestros principios y nuestro raciocinio.
De aquí se deduce que en el señor Monago se rige según una conciencia, unos principios y un raciocinio que se oponen (y vencen) a sus impulsos elementales de altruismo, sus deseos personales y su disposición natural a contentar a todos aquellos que piden ayuda con honestidad. Diabólicos principios deben ser esos que se oponen al altruismo.
También podría decir, y seguiría acertando, que mis primeros doces meses como presidente de Extremadura han estado marcados por una faena si cabe tan titánica como la anterior: el adelgazamiento progresivo de un mastodonte administrativo que bloqueaba de raíz cualquier intento sano de avance social y progreso económico. La Junta era un aparato voraz que lo fagocitaba todo y al que todos se debían. Su perímetro vital era tan vasto que echaba a codazos cualquier intento de la empresa privada por hacerse un lugar digno desde el que desarrollarse con fortaleza.
En realidad esto no era exactamente así: el señor Monago olvida que la administración autonómica alimentó durante años el ahora moribundo monstruo del grupo empresarial Gallardo, que pretendía una industrialización digna del siglo XIX controlada por una sola empresa privada (y con los recursos públicos de todos los extremeños).
Como no podía ser de otra forma, le ha tocado al Partido Popular acometer el gigantesco esfuerzo que supone la responsabilidad de situar en su justa dimensión a un ente que se creía con derecho natural a abarcar todos los espacios.
Lo que el señor Monago llama justa dimensión es tan delgado que un médico lo calificaría como anoréxico. Baste comentar los ajustes (aunque seguramente el señor Monago prefiera el término "optimización de recursos") en sanidad y educación.
Dado que la mayor parte del tejido empresarial está en manos de autónomos y PYMES, y teniendo en cuenta las últimas reformas aprobadas por el gobierno central (subida del IVA, retenciones, etc) ¿En serio cree el señor Monago que el desmantelamiento del sector público le va a servir de algo al sector privado?
Me explico. Cualquiera con un mínimo de sentido común sabía desde hace tiempo que algún día la sociedad civil tendría necesariamente que ser capaz de valerse por sí misma sin esa dependencia nociva que provocan los narcóticos de un modelo que se creía omnisciente como el loco que se cree Napoleón.
Una encanatadora declaración de principios anarcocapitalistas. La sociedad extremeña, sin embargo, no parece tener la sensación de que se le permita valerse por sí misma.
Para lograrlo basta que un gobierno, por ejemplo el que presido, se dedique a gestionar con prudencia la cosa pública y no aspire más que a poner los medios para que los ciudadanos piensen, actúen y den lo mejor de sí mismos con libertad.
Es mucho pedir, señor Monago, que aquellos a los que se le ponen trabas para algo tan elemental como acceder a estudios de bachillerato o formación profesional piensen, actúen y den lo mejor de sí mismos.
Sé que muchos nos temen justamente por esto, porque, en el fondo, no les gusta aquello que el Ingenioso Hidalgo describía como uno de los "más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos". Y yo diría que es justamente el más precioso de todos: la Libertad.
«La Libertad significa libertad para decir que dos más dos son cuatro. Si eso se admite, todo lo demás se da por añadidura.» George Orwell.
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