La economía industrial se ha
organizado en torno al concepto de “propiedad privada”, que
aplicado a bienes físicos (recursos naturales, instalaciones,
infraestructuras, fábricas, etc) significa que el acceso a dichos
recursos es solo accesible a algunas personas, excluyendo al resto.
Cuanto mas escaso sea un recurso mayor es su valor para el mercado.
La economía posindustrial, sin
embargo, se basa en gran medida en información y conocimiento,
bienes no materiales que, por su propia naturaleza, pueden ser
reproducidos de forma ilimitada a un coste despreciable y puestos así
a disposición de todo el mundo. Los mecanismos tradicionales del
mercado, que valoran mas un producto cuanto mas escaso es, son
incapaces de gestionar adecuadamente estos bienes informáticos, y
dedican (infructuosamente) grandes cantidades de recursos a provocar
una escasez artificial en unos bienes que tienen una tendencia
natural a la abundancia.
En una especie de huida hacia adelante
las empresas que intentan industrializar el conocimiento utilizan
términos como “robo” y “atentado contra la propiedad
intelectual” a todo acceso a la información ejercido mas allá de
su control. Sin embargo, a diferencia del robo de bienes materiales,
el acceso de alguien a cierto paquete de información no suele
implicar que otra persona sea excluida del uso y disfrute de dicho
paquete, sino que el número de personas que disfrutan de él
aumentan, lo que representa un enriquecimiento de la comunidad. Los
modelos económicos basados en el concepto de “propiedad” son
incapaces, por lo tanto, de admitir los beneficios de la copia
ilimitada de un recursos. Los nuevos modelos económicos no deberían
cuantificar la propiedad, sino el acceso: la calidad de vida no
aumenta por tener un recurso en exclusiva, sino por tener acceso a un
recurso.
Las implicaciones de esta idea van mas
allá de los meramente filosófico para entrar en el terreno de la
estrategia. Un ejemplo habitual es el caso de las empresas que
gestionan recursos como el agua, la telefonía, el genoma de las
semillas o la cultura, y que han adquirido tal poder que desde
sectores próximos a la izquierda se suele reclamar su
nacionalización. En muchos casos la nacionalización puede ser una
estrategia equivocada:
- Puede nacionalizarse una finca, una fábrica, una red de hilos de cobre o cualquier infraestructura, por ejemplo, y ponerla bajo control de las administraciones públicas o, lo que es lo mismo, del pueblo.
- Pero ¿Qué sentido tiene nacionalizar un fondo editorial, una colección de archivos musicales o de genomas de especies vegetales? ¿Se expropia a sus actuales titulares para poner los bienes bajo control del pueblo? ¿Y no querrá el pueblo pleno acceso a sus propios bienes, o será esperable que el propio pueblo se restrinja a sí mismo el acceso a los bienes que acaba de adquirir? Y, si el propio pueblo desea que todo el pueblo tenga acceso a los bienes de todo el pueblo, siendo ello físicamente posible (es difícil que todo el pueblo acceda a una instalación industrial, pero no lo es que todos accedan a una determinada publicación en Internet, por ejemplo) ¿no sería mucho mas sencillo liberar el bien, simplemente negando a la empresa “propietaria” su exclusividad sobre el recurso en cuestión, y aceptando que todo el mundo tenga libre acceso a ese bien? Es por esto que ciertos bienes, en lugar de nacionalizarse, deberían ser liberados.
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